Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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M. Calviño: Silencios que piden voz


Manuel Calviño

Silencios que piden voz. Sustentando la función crítica de la comunicación social

 
(CONFERENCIA PRONUNCIADA EN EL II CONGRESO CENTROAMERICANO Y DEL CARIBE DE ITS, SIDA Y OTRAS ENFERMEDADES TRANSMISIBLES. INSTITUTO DE MEDICINA TROPICAL “PEDRO KOURÍ”. OCTUBRE 2003.)

 

“Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí.
Que no se quede callado quien quiera vivir feliz”

Atahualpa Yupanqui

 

“No nos equivoquemos otra vez”

P. Milanés

 

Los actos de comunicación, si es que pretenden algo más que ocupar un tiempo y un espacio, necesitan del ejercicio de un saber profesional. Ellos pueden instituirse con alguna suerte desde la intuición, es cierto. Pero sustentados en esta base, como tendencia, ni alcanzan la realización de sus mejores potencialidades, ni su alto vuelo de producción cultural, ni su eficiencia (económica, social, etc.). La defensa que los comunicadores hacemos del imprescindible profesionalismo, de la sustentación de nuestro accionar en un pedestal científico, es testimonio de nuestra convicción de que, con el perdón de Don Antonio, no es cualquier andar el que hace caminos, sino el andar con conocimientos, el andar con saber, el andar que sabe cómo y en qué anda.

No es mi pretensión abogar aquí a favor de la formación profesional de nuestros comunicadores (sobre esto hablo y obro con mucha frecuencia). Lo que me propongo es llamar la atención sobre lo que puede suceder cuando incluso el profesionalismo se ve entretejido por “causas y azares”. Hablo de premuras, de limitaciones circunstanciales no profesionales, de prejuicios, probablemente también de temores y hasta de razones más o menos comprensible aunque de dudoso significado. Llego hasta aquí movido por la angustia más que por el método, lo que no deja de ser un camino para la ciencia: “Todo sistema de pensamiento… a manera de defensa contra la angustia y la desorientación…se formula primero afectivamente, más que intelectualmente...” (Devereux G. 1991. p.44). Angustia que puede también ser llamada preocupación si entendemos sobre todo la sensación de disonancia, de contradicción, la percepción quizás no tan clara de que algo necesita ser cuestionado, reflexionado y quien sabe si reinstituido. No me exijo datos estadísticos fehacientes. No se necesitan para algo que pretende ser sobre todo un llamado de alerta: hay silencios que piden voz. Más aún, que la necesitan.

 

Todo silencio tiene una causa

“Lo que quieres que otros no digan,
tú lo has de callar primero”

Vives

Gallo que no canta, algo tiene en la garganta

Refrán
 

Las prácticas de comunicación social de bien público (a las que me circunscribo en este acertijo), pueden ser esencialmente ubicadas en dos áreas de significación básica: educación – en el sentido de desarrollo humano, y salud – en el sentido de bienestar y felicidad. Es lugar justificado y común en dichas prácticas partir de una identificación de problemas en la estructura funcional de los subsistemas que componen la sociedad en su conjunto y que la afectan, tanto a nivel global como a nivel particular. De una parte los estudios sociológicos, psicológicos, socioculturales, epidemiológicos, etc. son una fuente de identificación temática. De otra, en la puesta en práctica de las políticas trazadas por las instituciones de la sociedad también se identifican necesidades de acción. En este sentido, una práctica profesional de la comunicación de bien público supone un diagnóstico (identificación de los problemas), una acción (montaje y realización del dispositivo comunicacional) y, en un esquema ideal, una recopilación de testimonios de impacto (corroboración de la aparición de los efectos previsibles y otros colaterales) lo que a su vez favorece el mejoramiento del proceso en su conjunto. Para acciones de comunicación en áreas como la propaganda, la publicidad y otras, este proceso antecede en condiciones “experimentales” o de prueba piloto al montaje definitivo de la acción de comunicación. En otras, por sus condiciones de producción, y su carácter “on-line” (sustituto contemporáneo del concepto de inmediatez relativa), entonces se opera con controles “postacción” –sondeos de opinión, estudios de preferencia, encuestas, etc.-. Tal es el caso de las acciones de comunicación en programaciones de televisión y radio: reportajes, programas habituales, dramatizados, etc.

En nuestro país, la identificación primaria de los problemas, así como la de sus consecuencias evidentes o previsibles generalmente están mediadas por las instituciones encargadas de las áreas del conocimiento o de la práctica social en la que dichos problemas se ubican (aquellas que componen lo que llamamos su objeto social o su misión). Esta “identificación institucional” llega a ser mayoritaria en los casos de “tendencias generales”, dígase con alta significación de distribución poblacional. Esto es lógico si pensamos que estas instituciones, por exigencias propias de su trabajo, están constantemente monitorizando las grandes cifras y dando seguimiento a los esquemas de funcionamiento y desarrollo de sus objetos sociales. Evidentemente el Ministerio de Salud Pública, por ejemplo, está en posición privilegiada para detectar un aumento de una enfermedad determinada en el país o de la utilización de un procedimiento diagnóstico que se relaciona con alguna sospecha de enfermedad.

Más aún, las instituciones colaboran, entre otros en los servicios informativos, lo que permiten identificar relaciones de concomitancia o de causalidad probable entre tendencias. A manera de ejemplo: El Ministerio de Salud Pública detecta un aumento de la prevalencia del cáncer de pulmón y contrasta como dato, con la institución competente, el aumento sustancial anual de las ventas de cigarrillos en el mercado. En la medida en que esta información tenga más correlatos paralelos se podrá instituir como “área de problema”. Entonces la comunicación social es convocada a realizar sus acciones (informativas, preventivas, educativas, etc.). Las instituciones que colaboran pueden ser muchas, toda vez que si efectivamente estamos ante un problema de tendencia poblacional global todas, en una u otra medida, se ven afectadas. Siguiendo con el ejemplo anterior vale decir que existen cálculos sorprendentes del impacto negativo sobre la economía que trae consigo el hábito de fumar (se supone que en el año 2000, murieron en el mundo cerca de cinco millones de personas a causa del hábito de fumar).

El asunto se hace, lógicamente, bastante más complicado, de una parte cuando se trata de la identificación de problemas propios, internos a la institución, generados por ella misma. Las instituciones han de aplicar una mirada crítica sobre sí mismas, han de ser capaces de detectar sus propias insuficiencias o, para decirlo de un modo más productivo, sus propios retos y oportunidades de mejora. Recordemos el llamado “proceso de rectificación” de errores: una mirada introspectiva autocrítica. Dificultad similar se presenta, de otra parte, cuando la Institución es “blanco” de la acción valorativa de otras instituciones y ha de aceptar como reales los déficit detectados por ellas. El binomio de dificultad es claro: autocrítica y aceptación de la crítica. Quien se sienta libre de este “pecado” puede lanzar la primera piedra. Más de una razón teórica y múltiples evidencias empíricas nos permiten confirmar la dificultad de tal proceso de doble vinculación. Repasemos al menos rápidamente el por qué de esta dificultad.

La “autodetección” de problemas es para cualquier sistema humano – institucional, comunitario, grupal e incluso individual – en extremo difícil. Parece ser que desde un organismo vivo es más fácil o más primitivo mirar a otros que mirarse a sí mismo. He llegado a pensar cuanto esto puede tener que ver con algún rudimento animal en el comportamiento humano: para los animales todo lo que preserva y amenaza su vida está “afuera”, por lo que la mirada o la “sensibilidad exteroceptiva” puede tener una prioridad funcional para todo el sistema cuyo fin es acercarse-alejarse, rechazar-aceptar. He dicho en más de una ocasión que me resulta “sospechoso” que las ciencias asociadas a la introspección (la psicología por ejemplo) aparecieron más tardíamente que las asociadas a la observación externa. Esta idea se pone al límite del paroxismo cuando pensamos que el hombre buscó respuestas y preguntas primero en las lejanas estrellas que en el cercano sí mismo.

Algo similar, y probablemente también arraigado desde los niveles primarios de vida, ocurre con las respuestas reactivas ante los estímulos externos. La aritmética de la vida es clara: si un organismo “desconoce” que algo produce beneficio para el y lo incorpora sin “recelos”, y ese algo produce realmente beneficio, el organismo se ve favorecido. Del mismo modo, si ese algo desconocido es dañino para el organismo y se incorpora sin más, produce daño. Entonces la lógica dictamina: es preferible recelar, dudar, partir de una conducta “defensiva” hasta tanto se demuestre de qué se trata. Ante las acciones del “exterior” casi automáticamente se desarrolla una tendencia cuando menos de alerta.

Así, acompañado desde la psicología por el nombre de Freud y extrapolado al parecer de las ciencias físicas, se nos presenta el concepto de “resistencia”, que viene a nominalizar ese suceso de significado funcional capital que se observa ante los procesos de cuestionamiento exterior o interior de los sistemas humanos, ante los procesos de cambio, ante cualquier cosa que signifique la puesta en duda de la eficiencia, adecuación o pertinencia de dichos sistemas. No en balde Dunan en su “Essais de Philosophie generale” presenta la resistencia como una cualidad primera de los cuerpos incluso asociado a la construcción de identidad. No es poco cierto que lo que se resiste existe, la resistencia, de algún modo, es índice de autonomía. En la obra de Pichón-Rivière la resistencia se asocia al temor depresivo (o miedo a la pérdida) y al temor paranoide (o miedo al ataque). En cualquier caso su función es defensiva. El problema se nos presenta porque este principio defensivo de la resistencia tiene como estructura impelente el automantenimiento del sistema, entiéndase mantener el “statu quo”. Si bien previene del sentimiento de malestar, produce inmovilización, entorpece el desarrollo. Resistir es mantener lo que está, tal y como está.

La resistencia guarda una relación directamente proporcional con la cercanía relativa del cuestionamiento (interno o externo) respecto al “núcleo generador” de la resistencia. De modo que su intensidad es susceptible de ser comprendida (interpretada) como indicador del significado funcional de lo delatado por dicho cuestionamiento. Quien sabe si desde aquí podemos entender la levedad del principio comunicacional de lo difuso: “al que le sirva el sayo que se lo ponga”: mientras más resistencia levante “el sayo”, menos lo verá como suyo aquél a quien le sirve, y la estrategia comunicacional adoptada se revelará como ineficiente. Acción y reacción.

La resistencia no es el único sustento de la dificultad que analizamos. No menos significativa resulta en ocasiones “la familiaridad acrítica”: la permanencia de un objeto (elemento) en el campo fenomenológico promueve con el tiempo la aparición de un vínculo indiscriminante con dicho objeto resultando que este se incorpora simbióticamente al campo perdiendo el sujeto la posibilidad de discriminarlo en su existencia diferenciada y en sus efectos. “Es que eso siempre ha sido así” es una típica expresión de una familiaridad acrítica con un suceso determinado. Ni esta bien, ni esta mal. Solo está.

La familiaridad acrítica se revela como una suerte de incapacidad del observador (sujeto, grupo, institución) de detectar la disfuncionalidad del objeto o del sistema haciéndola “imperceptible” (desvalorizándola, negando su importancia, no reconociéndola, no identificándola). Es una suerte de “acostumbramiento” o adaptación pasiva que supone, como la resistencia, la inmovilidad del sistema toda vez que no percibe la presencia de un objeto que supone la necesidad de cambio, corrección, modificación.

Por último, sin decir con esto que se cierra la comprensión de los mecanismos de freno (defensa, protección, etc.) me gustaría llamar la atención sobre la existencia del “propium prejuicial”. Ubiquemos al menos brevemente lo que vislumbra esta noción.

La psicología social ha recopilado evidencias que hacen pensar que el hombre tiene una propensión al prejuicio: tiende a hacer generalizaciones basadas en estereotipos que le permitan simplificar su mundo de experiencias. Siguiendo a Allport, la vida es tan rápida y las exigencias de adaptación tan grandes que somos impelidos a ordenar y clasificar los sucesos del mundo en categorías amplias generalizadas y poder así satisfacer nuestras necesidades cotidianas de adecuación. Estas generalizaciones, al perder su reversibilidad, se convierten en prejuicios. El prejuicio actúa como una forma de pensamiento autístico, es decir, un proceso inconsciente y subjetivo que no necesita de una racionalización para validarse. Es dado como un “por supuesto”.

Muchas de estas “elaboraciones generales” son compartidas por los grupos sociales de afines en cualquier nivel de organización y expansión de los mismos (desde los niveles familiares, grupos escolares, etc. Hasta los niveles comunitarios, étnicos, sociales). Se convierten en normas estereotipadas de percepción de los miembros de dichos grupos. Así pasan a ser facilitadores o discriminadores de las relaciones intergrupales al tiempo que sancionadores de la adecuación del comportamiento de las personas, y se trasmiten de una generación a otra. No necesitan más racionalidad que la compulsión grupal a su adopción bajo riesgo de desestructurar la pertenencia y la identidad de sus miembros. Bien decía Diderot que la ignorancia esta menos lejos de la verdad que el prejuicio.

Los seres humanos tenemos prejuicios. Ellos inciden en nuestro aceptar-rechazar, acudir-evitar, promover-relegar. Incluso en el desempeño de nuestro rol social (incluyendo obviamente nuestro rol profesional) la emergencia de prejuicios es una probabilidad a tener bajo custodia. La psicología lo ha definido con total claridad en conceptos tales como contratransferencia, identificación, acting-out y otros. “¿Quién tiró la tiza?” podría ser, como relato particular más allá de su inadecuación como supuesta representación de una tendencia social, la emergencia de un prejuicio.

Las instituciones son conglomerados de seres humanos, más aún, organizaciones sistémicas de seres humanos, con canales de comunicación, estructuras de subordinación, en las que nada le es ajeno a nadie (aunque no le interese, o no sienta la significación más que circunstancialmente). Las instituciones “tienen” prejuicios, son portadoras de prejuicios. Algunos compartidos por la mayoría. Otros existentes en algunos de sus grupos formales e informales (incluidos los grupos de poder, los que gestionan decisiones), y estos prejuicios conforman un modo propio de dicha institución de afrontar ciertas situaciones, siendo que de alguna manera terminan ejerciendo una influencia sobre los modos de comportamiento intrainstitucionales y extrainstitucionales.

Este breve ejercicio conceptual nos lleva a sustentar lo esencial: la resistencia, la familiaridad acrítica y el propium prejuicial generan, entre otras cosas, silencios (puntos ciegos y enceguecidos): cosas de las que no se habla, de las que no se “pue-de-be” hablar; cosas que no se ven, cosas que no se “pue-de-ben” ver. Hablo de un silencio funcional, casi inherente al funcionamiento. No hay presumible malsanidad en este silencio, no hay intencionalidad de callar. Es un pacto de autodefensa, una rutina oculta. Obviamente no es este el único silencio: existe el silencio de la mentira, el de la hipocresía, el del oportunismo y también el de la ignorancia, el de la incapacidad de hablar, etc. Por suerte, el de las resistencias (ahora en plural asimilando los tres conceptos delineados y otros del mismo tipo) es un silencio sintomático, que delata el significado de lo oculto incluso en su callar.

 

Todo silencio habla

“Cada novela interior determina una
“estrategia” simbólica hacia el exterior”

Regis Debray

 

Cum tacent, clamant.
(Al tiempo que callan, gritan)

Cicerón (Catilinarias)

 

No sé si Galeano reconoce el profundo significado psicológico de algunas de sus sentencias. En este caso, quiero recordar una aparecida en el libro de los abrazos: “Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea”. En más de una ocasión me he servido de ella para esclarecer un principio funcional psicológico fundamental. No hay lugar para la duda. Más si se trata de la subjetividad. Lo subjetivo no tiene otro modo de existencia que su expresión (probablemente esta una de las causas del “malentendimiento epistemológico” denominado conductismo). Lo que no quiere decir que en lo psíquico esencia y fenómeno coincidan. De aquí su carácter simbólico, que ha arrastrado tras de sí más de ciento veinticinco años de construcción de la Ciencia Psicológica.

Quizás el concepto representativo más claro (y primario) del carácter simbólico es el concepto de síntoma (no es el único. A el se asocian otros como “emergente”, “analizador”, etc.). Inicialmente importado de las tradiciones médicas, el síntoma dentro de las representaciones psicológicas llama la atención sobre la existencia de un lenguaje intencional asociativo más allá de la palabra, más allá incluso del sonido. (Alguna vez propuse que, para llamar la atención sobre la diferencia entre la representación médica y la psicológica, usáramos la voz “psíntoma”) A pesar de que la cordura recomienda no precisar el carácter de algo desde el “no” (lo que no se es), asumiendo el entendimiento consensual que el concepto genera, me valgo de los “no” para llamar la atención sobre todo a lo que no debe reducirse. El síntoma no es solo una producción corporal. Recordemos las llamadas alteraciones psicosomáticas tan conocidas por todos. Cuando somatizamos generamos síntomas que delatan la cara oculta del proceso por el que atravesamos. El síntoma no es solo una producción personal. A nivel de los análisis psicosociales, culturológicos, etc. Casi nadie duda que ciertas tendencias de comportamiento, ciertas manifestaciones generales en la sociedad son manifestaciones de un acontecer no develado del sistema social real. No es tampoco el síntoma una producción consciente, sujeta al ejercicio de la voluntad, creada con la intención de, sino esencialmente una producción inconsciente. Como tampoco es casual. El síntoma, en alguna región de su existencia tiene una relación directa con lo que simboliza. Relación que se mediatiza también por lo posible, lo aceptado, lo que no genera tensiones adicionales, etc.

“Los síntomas hablan... en ellos es posible poner de relieve una verdad, singular y fundante para cada sujeto, que el síntoma vela y revela al mismo tiempo…En su opacidad el síntoma encarna una verdad. Pero como esa verdad es la de aquello que se excluye de todo saber, el síntoma pasa a ser también lo que se opone a todo intento de totalización del saber. Es un indicador de que "algo no anda", no encaja”. (“Las adicciones: el fracaso del síntoma”. Augusto Roa Bastos)

“El síntoma tiene un valor en sí mismo, un valor de verdad. Algo desconocido para el sujeto, algo que le concierne en lo más íntimo, pero a lo que no puede tener acceso debido a la represión, se halla cautivo en el síntoma, bajo la forma de una verdad, de un mensaje cifrado que el sujeto deberá descifrar…guiado por la escucha de un analista, quien lo auxiliará en la labor de saber sobre la verdad de la que se encuentra separado… el síntoma es la manifestación de algo que no funciona, y que esa disfunción posee un sentido, y expresa una verdad desconocida, ignorada o negada. Esta sencilla manera de pensar el síntoma tiene la ventaja de que nos permite referirnos tanto al sujeto individual, como al grupo social, a la colectividad humana en su conjunto”. (“El síntoma de nuestro tiempo”Gustavo Dessals)

De modo que en toda manifestación de un sujeto (individual, institucional, comunitario, etc.) están delatados “sintomáticamente” sus fisuras. Queda ahora a la sagacidad y el empeño del “observador” encontrar la clave interpretativa. Así es en toda actividad humana, especialmente en el ejercicio de las ciencias y las profesiones: construir y desconstruir desde los hallazgos. Encontrar luz y volver a la oscuridad. Interpretar y sobreinterpretar la determinación y la sobredeterminación.

El silencio, para el caso que nos ocupa, puede aparecer, de hecho aparece muy comúnmente, como síntoma. También se privilegia de la pluridad expresiva. Dice Guardini que "harto difícil es hablar del silencio… Se lo considera, de primera intención, como una forma de la nada…Pero, pensándolo bien, se advierte que el silencio es todo lo contrario de la nada”. Pero el silencio sintomático es sobre todo “la falta” (lo que no está y tendría que estar, aquello de lo que no se habla, lo que se omite como ocultamiento inconsciente). En cualquier ámbito o escenario encontramos no la vacuidad interpretativa del silencia, sino muy por el contrario, la inevitable referencia a su significado situacional o extrasituacional.

La existencia del silencio condiciona, demanda, la existencia de un tipo (en realidad varios tipos) de escucha. Esta denominación de escucha la caracterizaría desde ya como “polisensorial”: no es solo audición, sino también sensorialidad cutánea, emocional, visión, quien sabe si extrasensorialidad o extrapercepción como atributo o dominio profesional, no de “parapsíquicos”, sino de profesionales que estudian el comportamiento. Escuchar es abrir las puertas a la polisemia del lenguaje comportamental de las personas y las instituciones, de los grupos y las comunidades, de la sociedad en su conjunto. Y para esto la condición más favorable es la no implicación activa en el cuerpo emisor del lenguaje, una suerte de distancia crítica que puede establecer las diferencias entre “yo y lo mío” y no se vea en el siempre complejo y difícil atolladero de los compromisos involuntarios, del “mejoramiento/empeoramiento” perceptivo sustentado en la pertenencia simbiótica o participativa. El cuerpo (institución) productor de su lenguaje percibe con claridad lo que dice, puede hasta tener una mirada crítica a lo que dice, pero se “le escapa” lo que no dice, lo que queda atrapado en el silencio. No hablo obviamente de “malas intenciones”, hablo sencillamente de regularidades del funcionamiento psicológico.

En la dinámica “demanda-acción de comunicación” que señale antes, el comunicador (en el sentido más amplio y abarcador del término: comunicador institucional, colectivo o personal) es solicitado para hacer su trabajo sobre un objeto de esa demanda – demanda que como he dicho antes es “detectada” o “instaurada” por una institución. Pero él “escucha” un silencio. ¿Qué hacer? No hay espacio para la duda: la comunicación social tiene entre otras una función crítica. Una crítica que devela, que establece un puente entre lo que hay que cambiar y la posibilidad de hacerlo, que favorece el encuentro y la construcción de alternativas. La comunicación no solo es expresión, sino también transgresión: develar un invisible, una zona de familiaridad acrítica, legitimizar en el discurso aquello de lo que no se habla. La comunicación social, particularmente la enfrascada en el acompañamiento de las acciones no comunicacionales de bien público, razón misma de existencia de las instituciones, se presenta entonces en una función imprescindible, impostergable, de doble inscripción y compromiso militante: la función crítica. La comunicación de bien público se instala en el espacio mediático con el ejercicio del cuestionamiento, de la crítica, el develar lo que dicen los silencios. No es una misión desintegradora. Muy por el contrario. Es una función estructurante, que propende al mejoramiento, al desarrollo.

 
Un silencio y una interpretación (verbigracia)

“Y como no le dejaron sitio donde dibujar su dolor
se rayó su cuerpo con un tatuaje de amor”

Carlos Varela

 

El error ignora la crítica;
la mentira la teme;
la verdad nace de ella.

José Ingenieros

 

Que el SIDA no es una enfermedad homosexual es algo conocido. Sin embargo, fue un homosexual, Gaetan Dugas, comisario de a bordo de origen franco-canadiense en el que se focalizaba una red de relaciones homo y bisexuales, a quien se tomó e instituyó como “el paciente cero”, responsable de que la dolencia cruzara el océano Atlántico. Con esto el camino del SIDA se vinculó muy fuertemente a la homosexualidad, creándose una primera representación falsa acerca del vínculo unilateral y específico entre el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y la orientación sexual homopreferenciada y en algunos casos compartida (el caso de la bisexualidad). Esta identificación SIDA –homosexualidad, actualizó, al decir de muchos especialistas, una inconsciencia ética ciudadana: “les pasa por hacer lo que no se debe”. Nada que no conozcamos: Toda maldad, toda malsanidad, tiene su castigo. Se testimonia con el SIDA un arquetipo del imaginario social que se escucha en “Caperucita Roja”, se lee en el pasaje bíblico de “Sodoma y Gomorra”, se sanciona en la justicia de lo instituido, del poder, de los poderosos: se teme por la propia vida. “Con la aparición del SIDA, se comenzó a hablar una vez más de distintas categorías de seres humanos. Se empezó por señalar la orientación sexual, como el motor central de la enfermedad. Apareció una categoría de “clase sexual”, y desde allí se instituyó la homosexualidad masculina como receptora del “castigo divino” identificado como “la Peste rosa” (Stolovitsky I. 1992. p. 27).

Siendo los homosexuales las victimas de la enfermedad, el discurso instituido fue: SIDA = mala vida = muerte: aléjate de la homosexualidad. Una razón más. Ante cada muerte un comentario similar: “era homosexual”. Para subrayar la relación aparecieron los “muertos famosos”, básicamente artistas: El emblemático Rock Hudson, el carismático Freddy Mercury, cantante del grupo musical Queen, el bailarín ruso, Rudolf Nureyev, y otros. La razón parecía estar del lado de los más puritanos y discriminatorios sectores de la opinión pública y el poder político: “Dios, una vez más, no perdona la sodomía”: “No tendrás relaciones con un hombre como se hace con una mujer: esto es una cosa abominable” (Levítico 22; Gen.19.5).

Siendo ya la homosexualidad un “problema”, el reconocimiento de la conducta sexual de buena parte de los homosexuales vino a multiplicar el “repudio”. El hecho conocido es que el mundo se escandalizó cuando se “develaron” las prácticas sexuales de los homosexuales, sobre todo de los norteamericanos, marcadas por los telúricos movimientos sociales de emancipación, libertad y respeto a la individualidad de los años sesenta: exacerbación del sexo -libre, indiscriminado, despersonalizado, grupal- por el sexo mismo. Andando tras las huellas del SIDA se encontró un mundo de relaciones “promiscuas”.

Buena parte del comportamiento sexual gay se reconoce como un comportamiento con alta dosis de compulsión y con síntomas no poco comunes de “promiscuidad” [1]. Es este un término que uso en un sentido específico, no peyorativo: f. Mezcla, confusión./ Dícese de la costumbre de tener relaciones sexuales con muchas personas. Promiscuo, cua. –adj. Mezclado confusamente. Esta idea de confusión: sin claridad, sin la asistencia de un principio regulador: una relación con otra persona cuyo fin no es la relación, sino un componente de ella. Dicho de una manera quizás más gráfica: sexo por sexo. Quien sabe si por este camino andaba el pensamiento de Lacan cuando afirmó: "El goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano". (Lacan, Seminario 20, "Aún").

Hasta hoy, en casi todo el mundo occidental los bares gays son lugares reconocidos de encuentro para relaciones sexuales de una noche. En los años anteriores a la “aparición” del SIDA, las saunas de San Francisco eran centros de orgías y prácticas de sexo repetido, indiscriminado, favorecido además por el uso de estimulantes. Un estudio del Instituto Kinsey sobre los gays en el área de la Bahía de San Francisco detectó que el 75 por ciento de ellos, habían tenido más de un centenar de parejas y el 25 por ciento habían tenido más de mil (Symons D. 1979). Como música de fondo podríamos ubicar aquella incitadora canción de refinada hermosura y sensibilidad, compuesta por Lennon y McCartney: la palabra “love”, en apenas 3 minutos y 48 segundos, se repite 73 veces y otras 16 se enuncia la propuesta: “todo lo que necesitas es amor” (All you need is love) –como para optar por un record. Incluso los activistas prodefensa de los derechos de los homosexuales admiten que, antes de que llegara el SIDA, los homosexuales eran generalmente más promiscuos que los heterosexuales.

Una de las interpretaciones básicas de la compulsividad del comportamiento sexual de buena parte de los homosexuales algunos la sustentan en el encuentro de dos “estilos masculinos de sexualidad”: "Los hombres homosexuales, como la mayoría de la gente, desean generalmente tener relaciones sexuales, tales relaciones son difíciles de mantener como únicas, en gran parte debido al deseo masculino por la variedad sexual; se realiza entonces la oportunidad sin precedentes de satisfacer este deseo en un mundo de hombres y la tendencia masculina hacia los celos por causas sexuales.... Estoy sugiriendo que el heterosexual masculino se comportaría, probablemente, como el homosexual masculino y practicaría más a menudo el sexo con desconocidas, participaría en orgías anónimas en saunas, y a menudo se detendría en áreas con lavabos públicos para una fellatio de cinco minutos de vuelta al hogar después del trabajo, si las mujeres estuvieran interesadas en estas prácticas " (Symons D. 1979).

De otra parte, para muchos esta compulsividad es deducible en alguna medida del propio rechazo a la homosexualidad. En este sentido se expresa Reyes R: “la prohibición y lo clandestino son también dos constantes en la vida de los homosexuales: a partir de la intolerancia que existe sobre esta práctica sexual, la gente se relaciona de forma vergonzante, con un sexo rápido y anónimo en guetos (el ambiente, los cuartos oscuros, las saunas), sin que haya espacios públicos de comunicación y de libertad para iniciar una relación afectiva estable y sin agresiones” (Reyes R. Diccionario crítico de Ciencias sociales). La homofobia social es considerada generadora de actitudes defensivas y de ocultamiento de las relaciones homosexuales, cosas estas que afectan las relaciones estables de la pareja homosexual y propician una rotación de pareja y una tendencia alta al encuentro sexual fortuito, pasajero. “No hay que negar que existen muchos homosexuales que eran y son menos promiscuos que muchos heterosexuales. Pero incluso los activistas homosexuales admiten que, antes de que llegara el SIDA, los homosexuales eran generalmente más promiscuos que los heterosexuales. No hay explicaciones convincentes de esto. Los activistas dirían que la promiscuidad homosexual es causada en gran parte por el rechazo de la sociedad. Las actividades "ilegítimas" o vergonzosas " tienden, al ser consentidas, a ser practicadas en exceso. La dificultad legal y social de formar matrimonios gays va en contra de las relaciones estables”(Riddley M. editor 1993).

Si pudiéramos disociar la homofobia, y cualquier tipo de discriminación por orientación sexual, de sus consecuencias negativas sobre la vida de las personas, pudiéramos hasta decir que tal vez el debut del SIDA asociado a la homosexualidad, favoreció, en una etapa posterior de la expansión de la pandemia, el que los homosexuales tuvieran un comportamiento relativamente más aplicado que los heterosexuales. Parecería como que los heterosexuales se sentían inmunes al contagio, mientras los homosexuales intentaron responsabilizarse con su comportamiento. Como confirma Aller Atucha, los homosexuales intentaron defender su estilo de vida, su placer y sus costumbres. No renunciaron a su sexualidad, se propusieron aprender a protegerla.

La comunicación social de salud calló por mucho tiempo la relación SIDA homosexualidad. No se emprendieron campañas que favorecieran una actitud más adecuada ante el tema de la homosexualidad y desde aquí un abordaje no discriminatorio. Mas en este silencio se denunciaba su complicidad con el prejuicio. La aparición pudiéramos decir en paralelo del SIDA en personas hemofílicas, abrió un capítulo de máxima importancia y a la vez un espacio relativamente “más digerible” para la comunicación social que el de la homosexualidad. Se hacía obvio que el sistema institucional de Salud pública con sus iatrogenizantes prácticas, su deterioro y desamparo, su condición de “victima del sistema social” se convertía en cómplice de la enfermedad.

El “Sur también existe”. Su existencia evitada en las miradas del norte no logra negar su existencia. Muy pronto resultó evidente que en el SIDA otra realidad se imponía. El tercer mundo aparecía como el más tocado por el castigo de Dios, solo que aquí este no quería perdonar ni la heterosexualidad. Marx, una vez más, nos sirve de espada. La sexualidad, el comportamiento sexual es también el resultado de un conjunto de determinaciones históricas, sociales y culturales. No solo en la forma de vivir se diferencia los ricos y los pobres, sino también en la forma de enfermarse y hasta en la de morir, en la forma de amar y de sufrir. Según los datos de Diciembre del 2002 de ONUSIDA en América Latina, Europa Occidental, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda, la modalidad de trasmisión que más aporta al cuadro epidemiológica VIH/SIDA es la trasmisión homosexual, seguida por el vector de contaminación consumo de drogas. En el Caribe, la más común es la heterosexual, seguida por la homosexual.

En cualquier caso, siguiendo con la lógica que nos lleva de la mano del prejuicio por orientación sexual, el encuentro con estas realidades, con la llamada promiscuidad como comportamiento sexual indiferenciado de homo y heterosexuales, abría las puertas a un cambio de actitud: el problema no es la homosexualidad, sino el comportamiento sexual. Esto queda claramente instituido con el incremento de los contagios VIH heterosexuales. “En EEUU desde 1985 a 1993 la trasmisión del SIDA por vía heterosexual aumentó desde el 1,9%, habiendo disminuido, en cambio, la transmisión homosexual, en este mismo periodo, del 65% al 46.6%” (Aznar J. 1998 p.288).

Como resultado de un análisis de superficie y consecuentemente con los rechazos sociales establecidos, se operaba con el concepto de “grupos de riesgo”. Por detrás del concepto estaba su realidad significativa: “La noción de "grupos de riesgo" ha sido utilizada para reforzar el discurso sobre la desviación” (Reyes R. Diccionario crítico de Ciencias sociales). Otro intento desesperado por tapar el sol con un dedo. Un no domesticado “spot” de publicidad de bien público de la época señalaba: “Para contraer el SIDA basta con ser hombre, mujer, gay, lesbiana, joven, viejo, casado, divorciado, soltero, grande, pequeño, rubio, morocho, latino, europeo, americano, profesional, desocupado, rico, pobre,…. (y así casi hasta el infinito) basta con ser humano. Como dice Alfredo Grande, psicoanalista argentino, “lamentablemente, para los modernos Torquemadas, el virus no respetó los grupos de riesgo originariamente previstos. ¡Quién hubiera dicho que el VIH era liberal!” (Grande A. 1996).

En Cuba, el debut del SIDA no fue, como muchos creen homosexual. Sin embargo, ya para 1990 se observan incrementos mayores en la trasmisión homosexual y bisexual. Un importante brote se observó en homosexuales jóvenes en la Provincia de Sancti Spíritus. En el acumulado de personas contagiadas entre 1986-1995, el 44.3% de los casos fueron por trasmisión homosexual y bisexual. (Rodríguez L. 1997). A partir de estos años el incremento se hace aún más evidente. Para el cierre de 1999, según refieren las Dras. A.C. Duque González y M. Hernández Peterssen, del total de seropositivos en el país, aproximadamente el 77% era del sexo masculino, “siendo más frecuentes aquellos con conductas homobisexuales, puesto que representan el 60,1% de la población masculina. Un dato más actualizado publicado en “Granma”, Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, confirma esta tendencia de la trasmisión del VIH/SIDA en Cuba: “El grupo de mayor vulnerabilidad en la transmisión del VIH/SIDA en Cuba es el de los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres. En Cuba…4 672 personas se han infectado con el VIH. El 79% de los seropositivos son del sexo masculino, y de estos el 85% son hombres que tienen sexo con otros hombres”. (de la Osa. J. 2003). Es claro el incremento sustancial en la trasmisión homosexual masculina – hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres: 44.3% al cierre de 1995. Cuatro años después, al cierre de 1999 encontramos el 60.1%. Para el 2003, cuatro años más tarde, hablamos de 85%.

Esto quiere decir, en una aritmética elemental, que en nuestro país la acción de comunicación social, la comunicación sanitaria, preventiva, educativa, etc. vinculada al SIDA habría de tener como grupo objetivo (target) de especial atención a los hombres que tienen relaciones con otros hombres. Esto, sin embargo, no ha sido así ni por asomo. “El emblema utilizado para acompañar cualquier mensaje sanitario era el de dos corazones y una calavera, que pretendían señalar la amenaza del SIDA y la posibilidad de ponerle coto mediante un esfuerzo mundial. Se concilió el concepto de muerte —la calavera— con el de amor —los dos corazones—, que también significan sexo…la mayoría de los materiales de divulgación sanitaria…utilizaron frases generales, inespecíficas o terroríficas para tratar de prevenir la infección. Los mensajes concebidos como positivos exhortaron a la abstención sexual sin considerar distinciones individuales o grupales. Los mensajes negativos condenaron la promiscuidad, y la desfiguración física y la muerte fueron presentadas como consecuencias directas e inmediatas de la enfermedad. La intención de estimular la adopción de conductas responsables se tradujo en la utilización de elementos irracionales y en moralizaciones sobre la vida sexual de las personas…Una revisión de 122 noticias sobre VIH y sida aparecidas en los principales periódicos cubanos durante 1988 mostró que las informaciones eran bloques generales …Las estadísticas ocupaban el 40% de las noticias, sobre todo las referidas a enfermos y muertes acaecidas en el mundo. El resto de las publicaciones se referían a la eficacia de la estrategia nacional de lucha contra el VIH/SIDA, insistiendo en el pesquisaje masivo y el control sanatorial” (Rodríguez L. Papers 52, 1997. pp 177-186. p180, 184).

En las acciones de comunicación social extensivas (de amplio radio de acción e impacto) dirigidas a la educación y prevención en la lucha contra el SIDA, no están los/las homosexuales ni las/los bisexuales. Los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres, que representan mayoría absoluta y a distancia en el contagio del VIH, no están presentes en la comunicación social sobre el SIDA. Ellos solo quedan delatados por el silencio. Pero el silencio se hace incomprensible o incluso justificable si no se devela la realidad del fenómeno. En las campañas de comunicación social para la prevención de accidentes del tránsito tampoco están los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres, ni las mujeres que tienen relaciones sexuales con otras mujeres. No están claramente, especialmente representados. Pero nada nos indica que sean un grupo objetivo de importancia diferenciada. La homosexualidad queda en manos del silencio. La comunicación social silencia la homosexualidad fenoménica, que ya sabemos que no es estructural, del SIDA.

Un interesante trabajo “El precio de la diferencia” publicado en la Revista Alma Mater nos entrega una percepción desde adentro. “Ni para mal, ni para bien, somos los invisibles, -comenta una joven profesora de la Universidad de La Habana que prefirió no hacer público su nombre. Resulta que a las lesbianas y a los gay ya no se nos trata de forma peyorativa en las leyes. Eso está bien. Aplausos. Pero ahora, sencillamente, hemos desaparecido, y no existe una sola palabra que nos reconozca. O sea, no se nos ofende, pero tampoco se nos tiene en cuenta como comunidad urgida de protección en sus derechos, al igual que las mujeres. El no reconocimiento, la invisibilidad, no es menos irrespetuosa”. Lo invisible e insonoro. El silencio que se anuncia como recurso del no reconocimiento. Pero ¿el no reconocimiento de qué? ¿del SIDA? Obviamente que no. La atención, el tratamiento, la política aplicada al problema SIDA es envidiable incluso para países desarrollados. Es posible pensar que se trata del no reconocimiento de la homosexualidad en lo que a comunicación pública se refiere. No es algo nuevo. Es conocido.

“…el entonces Director del Consejo Nacional de Cultura… argumentó la necesidad de suprimir una mención de Lezama contenida en mi trabajo, por su contigüidad con el nombre de Martí. Me dio como razón que Lezama con Paradiso se había convertido en un apóstol de la homosexualidad. (Entre paréntesis, de ninguna manera pienso que la homosexualidad sea el tema central de Paradiso.) Le pregunté al funcionario: ¿Y qué harás con la crónica de Martí sobre Oscar Wilde? Allí Martí considera al escritor "un elegante apóstol, lleno de fe en su propaganda y de desdén por los que se la censuran". ¡Y Wilde sí fue públicamente un apóstol de la homosexualidad! ¿Y con el ditirambo de Martí a Walt Whitman, cuyos libros Hijos de Adán y Calamus estaban prohibidos por "inmorales"? ¿Y con el nombre del Teatro García Lorca? ¿Y con el propio Federico, figura emblemática de la poesía republicana española? ¿Y qué harás con figuras imprescindibles de la plástica, el ballet, el teatro? "Esas cosas nosotros las manejamos" (“Cintio Vitier: La libertad de pensar”. Entrevista realizada por Julio César Guanche para el Caimán Barbudo).

¿Por qué este silencio en la comunicación social sobre el SIDA? Me aventuro a exponer apenas elementos hipotéticos, interpretativos (toda interpretación es una hipótesis) para una reflexión ulterior más contundente.

En una primera representación, sin pretender orden de importancia relativa, el silencio se sustentaría en un desconocimiento técnico elemental. Se señalaría como no necesaria la referencia específica a las relaciones homosexuales, a las relaciones sexuales hombre-hombre, argumentando la esencia comprensible de los mensajes. Explico un poco más. Los que se acercan a justificar el silencio desde esta perspectiva argumentarían que si un mensaje es genérico y su texto se identifica como tal entonces sus destinatarios son genéricos. Por ejemplo, si hablamos de la necesidad de mantener una pareja estable, como prevención del contagio del virus, “la pareja” es el destinatario genérico. Incluye tanto la pareja heterosexual, como la homosexual. Entonces el mensaje es inclusivo. Vaya argumento.

Sin embargo, fácilmente nos percatamos que hay una omisión importante en el análisis (una vez más la pmisión, el silencio). El texto, que aceptemos puede invocar a un protagonista genérico, tiene un apellido. Y un nombre y un apellido delinean una identidad particular. Ese mensaje inclusivo, ese protagónico genérico, tiene un “apellido”. Un apellido que lo especifica, lo direcciona. Ese apellido es la imagen: si ese texto inclusivo va acompañado de una imagen de dos jóvenes, entonces la mayor probabilidad de identificación estará en los jóvenes. Si acaso la imagen que acompaña al texto, es una pareja heterosexual en el cuarto de su casa, entonces ni pensemos lo contrario: es un mensaje para los heterosexuales. La “direccionalidad” de la comunicación no hay dudas que es un elemento definitorio en que el grupo a quien se dirige el mensaje lo capte y asimile.

“Existen evidencias claras que señalan a la publicidad del tabaco como responsable de animar a los jóvenes a que empiecen a fumar”, según John Pierce, del Centro del Cáncer de la Universidad de California, en San Diego (Estados Unidos), que lleva varios años analizando la correlación entre las campañas publicitarias de la industria tabaquera y el aumento del consumo de tabaco entre los adolescentes. "En varios estudios hemos analizado períodos de rápido aumento del consumo per capita, y en casi todos los casos se halla siempre una nueva e innovadora campaña publicitaria". Pierce destacó que la industria tabaquera ha promovido a lo largo de sus campañas publicitarias la percepción de atributos beneficiosos, como el control del peso o la sensación de libertad, así como la idea de que las consecuencias para el organismo son muy lejanas, haciendo creer a los adolescentes que no se harán adictos o que podrán dejar de fumar antes de aparezcan las consecuencias.(DiarioMédico.com)

Investigadores estadounidenses han observado el incremento de las campañas publicitarias sobre bebidas alcohólicas en las revistas para adolescentes de los Estados Unidos. La tendencia, denunciada por Paul J. Chung, de la Universidad de California Los Ángeles, pone de manifiesto el interés de la industria licorera estadounidense por colocar a los adolescentes en su punto de mira comercial. El análisis realizado en las 35 mayores revistas para adolescentes en Estados Unidos muestra como el porcentaje dedicado a cerveza y licores aumentó un 60 por ciento por cada millón adicional de lectores. Los resultados, publicados en Journal of the American Medical Association, aprecian que los jóvenes que ven más anuncios sobre bebidas espirituosas son los más propensos a probarlas…Los datos empiezan a preocupar a los facultativos, ya que los norteamericanos empiezan a tomar bebidas alcohólicas a los 12 años.(DiarioMédico.com)

Para los que aún no se sientan convencidos, una información de los “productores directos” de comunicación para jóvenes con el ánimo de convertirlos en fumadores.

"Los fumadores adultos más jóvenes han sido el factor crítico en el crecimiento y la caída de cada marca y compañía de importancia a lo largo de los últimos 50 años. Continuarán siendo igualmente importantes para las marcas/compañías del futuro por dos simples razones: La renovación del mercado radica casi por completo en fumadores de 18 años. No más de 5% de los fumadores comienzan luego de los 24% años. La lealtad a la marca de los fumadores de 18 años sobrepasa en una gran margen cualquier tendencia con la edad a cambiar de marca” (Fumadores Adultos Jóvenes: Estrategias y Oportunidades, Compañía Tabacalera R.J. Reynolds, 29 Febrero 1984)

"El Proyecto 16: aprender todo lo que haya que aprender sobre como se comienza a fumar, como los estudiantes de educación secundaria se sienten con respecto a ser fumadores, y como ven su uso del tabaco en el futuro… la mayoría de los casos, los esfuerzos reales para aprender a fumar ocurren entre las edades de 12 y 13 años…El adolescente busca demostrar su nueva urgencia de independencia por medio de un símbolo, y los cigarrillos representan ese símbolo ya que se encuentran asociados a la etapa adulta y a la vez los adultos buscan negárselos a los jóvenes." ("Proyecto 16". Kwechansky Marketing Research Inc, Informe para Imperial Tobacco Limited. 18 de octubre 1997)

En segundo término, llamo la atención sobre lo que pudiera llamar “el temor al estigma”. Probablemente esta es de las posibles hipótesis la más “favorable” (si es aplicable este término a lo que analizamos). Las instituciones responsables de velar por la equidad social, el respeto a los derechos ciudadanos, etc. Pueden tener, no sin fundamento, la preocupación de que se reinstituya la asociación “homosexualidad–SIDA”. Con esto quedaría (re)estigmatizada la homosexualidad. Se correría además un segundo riesgo: el/la heterosexual, si el énfasis en la comunicación se hiciera en el comportamiento homosexual, pudiera no sentirse aludido y por lo tanto “libre de peligro”.

De ser cierta esta hipótesis, el silencio no es la opción, sino el balance comunicativo. El desarrollo de una comunicación segmentada por grupos de recepción. Esto no es nada nuevo para los hacedores de comunicación social de bien público (e incluso para los de mal público). La pluralidad expresada en apelaciones que llaman la atención al universo de posibilidades, unida a expresiones particulares, segmentadas. De hecho hay mensajes dirigidos a hombres y mensajes dirigidos a mujeres. Esto es una segmentación. Un universo de mensajes comunes pero diferenciados.

Una tercera hipótesis, cuyo contenido algunos psicólogos podrían interpretar como defensivo -proyectivo, divalente y por ende resistencial - quedaría referida al malestar (rechazo, evitación, hipercriticidad, negación) que amplios sectores de la población producirían de encontrar en su universo audiovisual comunicativo una referencia, por poco explícita que sea, al asunto de la relación sexual corporal, erótico-libidinal, de los homosexuales.

Algunos especialistas tienen una apreciación un tanto diferente: “…la gente está un poco más relajada, tanto en lo público como en la familia, ante la presencia homosexual, pero sólo ligeramente relajada, no más tolerante… Yo no cuento con datos estadísticos ni otras informaciones científicas para demostrar que hay mayor tolerancia, porque de ese tema en específico no hay investigaciones en nuestro país. Sin embargo puedo acercarme a ese fenómeno desde la percepción que como profesional y como individuo tengo. Creo que, ciertamente, desde la década de los 90 hay una mayor aceptación de la presencia de personas homosexuales por parte de la población y de las instituciones públicas... me parece que estamos en un buen momento para que se implementen políticas más explícitas con respecto a la defensa de los derechos de los y las homosexuales, de manera que podamos enfrentar mejor cualquier manifestación de discriminación por cuestiones de orientación sexual” (La sociedad cubana ante la homosexualidad. Entrevista de Eduardo Jiménez García a Mariela Castro. “Alma Mater”).

Aún concordando con la opinión de la investigadora y Directora del Centro Nacional de Educación Sexual, parece ser que los niveles de “relajación-tolerancia”, a la manifestación homosexual asociada a ademanes, femenización-masculinización de los comportamientos, ausencia de típicos comportamientos heterorientados sexualmente, formas de vestir, lenguaje (verbal y corporal) son mayores que los relacionados con las evidencias del comportamiento erótico (besar, acariciar, abrazar y obviamente las formas de intercambio físico-emocional). Se supone entonces que una comunicación social que insinúe, incluso distantemente, el asunto de la relación físico-emocional, de la sexualidad corporal, de los homosexuales, condición básica para hablar del SIDA, tendría amplios volúmenes de rechazo hasta el punto de la indignación.

Otra vez, la hipótesis, aún suponiendo su validez concurrente, no valida la acción silenciadora. En primer lugar, si efectivamente amplios sectores de la población no estuvieren “preparados” para encontrar una comunicación social de bien público dirigida a los hombres que tienen relaciones con otros hombres, es justamente el papel de la comunicación social contribuir a la educación de esos grupos “retrasados” de la sociedad. Educar es una función básica de la comunicación de bien público. En segundo lugar, el cómo presentar de una manera eficiente, desde el punto de vista comunicativo, las acciones dirigidas a la protección, cuidado y desarrollo más pleno y sano de la sexualidad para personas con orientación sexual homopreferenciada es un asunto técnico de los creativos, del desarrollo de los talentos y las capacidades creadoras de los comunicadores. La negativa a hacerlo no debe presidir los análisis, sino la valoración objetiva y “desprejuiciada” (ya introduzco el término) de las acciones y productos de comunicación que se propongan. En tercer lugar, dicho de manera breve y sencilla: todo comenzó un día y fue objeto de críticas, rechazos e incomprensiones. Pero poco a poco fue ganando su lugar en la racionalidad social. Al fin y al cabo, tantas veces lo he dicho con Serrat: “Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio”.

De esta representación probable, aventuro como corolario una derivación sustentada en un principio frecuentemente utilizado: “Este no es el momento ni el lugar adecuado”. Mi respuesta de siempre: ¿cuándo es el momento? Salvando las diferencias obvias e incuestionable, no para los que objetiva y sinceramente consideran que es mejor esperar un “mejor escenario”, sino para los que se escudan y se parapetan en frases de este tipo recomiendo un excelente spot de bien público elaborado en Brasil por el Grupo Gay de Bahía presentado en la FIAP 2002: “Después de siglos la Iglesia pidió perdón por la Inquisición. Después de décadas la Iglesia pidió perdón a los judíos por haber callado frente al nazismo. Cuanto tiempo va a pasar para que la Iglesia pida perdón por las víctimas del SIDA. Pecado es no usarlo” (refiriéndose al preservativo).

 

Pudiéramos seguir avanzando en el encuentro de hipótesis “racionalizadoras” del silencio. Pero no hace sentido: La resistencia, como las fuerzas de acción y reacción, aumenta y se hace más virulenta ante las evidencias que la fisuran. El tema central es ese: El silencio al que esta sumida la homosexualidad en la comunicación social del SIDA es resistencia y a su lado se sienta el prejuicio. Démosle palabra e imagen. Nos corresponde. Es nuestra responsabilidad profesional y ética. “… el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella” (José Martí. Obras Completas. T. 6, p. 18).

 

POSDATA
No basta que la comunicación social de bien público sea expresión, educación, discurso intencional de la esperanza y la necesidad. Para bien de la sociedad y del ser humano ha de ser también transgresión: develar un invisible, una zona de familiaridad acrítica, legitimizar en el discurso aquello de lo que no se habla. Romper un silencio. Darle la voz que pide.


[1] El término “promiscuidad” es sin duda más connotacional que denotativo. ¿Quién es promiscuo? El que tiene “muchas” relaciones sexuales con personas diferentes. ¿Cuántas? ¿En qué periodo de tiempo? Esta relatividad ha favorecido la disminución de su utilización. Se le sustituye usualmente por “rotación frecuente de pareja”. Creo que este último no es mucho menos ambiguo - ¿qué es frecuente? -, solo que se ha liberado de la connotación peyorativa.


Manuel Calviño es Doctor en Ciencias Psicológicas. Master en Comunicación. Master en Marketing y Management. Facultad de Psicología. Universidad de La Habana.


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M. Calviño: Silencios que piden voz - Primera parte

M. Calviño: Silencios que piden voz - Segunda parte

 

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